
Este martes, 4 de octubre, se cumplen siete años de la muerte de la cantante argentina Mercedes Sosa. El artículo que sigue fue escrito por Andrés Garrido y publicado en octubre de 2009 por la revista digital QUEONLINE.ORG
Cuando muere alguien como Mercedes Sosa, duele esa parte de uno que creció con ella, esa irrecuperable parte que uno quisiera permanente y eterna -nunca vieja, nunca enferma.
Hay gente que llora cuando ocurren estas cosas, lloran por una mujer que no conocieron personalmente, con quien no compartieron un caldo ni una manta, que tal vez ni pudieron ver en concierto.
Lloran por una voz que humedeció de poesía tardes de desamparo juvenil, años de búsqueda de belleza y necesidad de consuelo.
Esa voz de mujer lejana llenaba cuartos en penumbra, cantando, por ejemplo, que hay un niño en la calle, y despertaba la indignación y el amor mejor que una madre.
Se están muriendo los representantes de una generación de poesía y de lucha, y uno no puede dejar de pensar en su propia generación -que más pareciera una degeneración que otra cosa.
¿Quién coño sigue la estela de esos hombres y mujeres que murieron o se exiliaron, en los años setenta, por defender cuanto creían justo, por construir un futuro que, demasiadas veces, acabó por destrozarlos a ellos, que eran la conciencia y la belleza del animal humano?
Me dirán que, también hoy, hay mujeres y hombres que defienden no tanto lo que es suyo como lo que es de todos, contra viento y marea, contra balas y bombas, contra la manipulación y el silencio de los medios de incomunicación.
Y tienen razón, porque si por algo se distinguen los pueblos es por airear su voz, su voz india y verdadera, sufriente y entera; esa voz que, por invendible, por incomprable, no salta a la palestra de Operación Triunfo, American Idol ni Factor hostias.
Ha muerto Mercedes Sosa. Nos quedan sus discos, sí, los discos compactos, esa especie de platillo volante que, a los que crecimos rodeados de vinilo, nos parece una tecnología marciana.
Mercedes Sosa ha muerto, lo aseguran los diarios, las radios, lo escupen los televisores del mundo. Pero lo que ha muerto, sospecho, es una parte de nosotros mismos.
Hay que regalar canciones de Mercedes en la calle, cantarlas a gritos, si es preciso, y mezclar su voz con el llanto de las plantas de maternidad de los hospitales, allí donde la resurrección es posible.