Título: DIARIO INTIMO (1951-1965)
Autor: César González-Ruano
Editorial: VISOR LIBROS, 2004

Este libro, que supera las mil páginas, nos presenta al periodista y escritor César González-Ruano en su día a día, desde el año 1951 hasta poco antes de su muerte, en 1965.
Algunos de estos diarios, los primeros, fueron publicados en la prensa del momento y Movimiento y son, en cierto sentido, los menos interesantes. En una prosa precisa y sintética, sin hacer literatura, el autor ensarta rosarios de aristócratas de rancio abolengo y de rancios sin abolengo sobrevenidos en aristócratas, que han venido o no han venido a cenar y han hecho o han deshecho sobremesa, sin que se especifique de qué han hablado o se nos presenten retratos singulares.
No obstante, como César González-Ruano era un escritor de verdad y calidad, se le escapaban de vez en cuando frases, observaciones, detalles (la verdad está en los detalles, ya saben) que justifican por completo la lectura paciente de este libro que se pretende anodino, como anodina era la vida de su autor en aquellas horas, pero no lo consigue, porque un escritor de talento no aburre ni aunque se ponga a ello.
Tras un paréntesis de algunos años, Ruano retoma sus diarios, ya sin la intención de publicarlos, y entonces alcanza un tono intimista, liso y llano, profundamente revelador y conmovedor. Se va dejando llevar por lo que piensa y siente. El diario de su último año es de una tristeza empapada de alegrías humildes -que hoy viene a comer su hijo, que se murió un quien de aquel entonces, que se acuesta a releer muy simplemente. Esas alegrías humildes, esos diálogos consigo mismo, están escritos en la prosa desprovista de artificios de quien ha quemado ya todo el incienso del ingenio -el suyo era mucho- y sabe que lo que queda en el aire, la poesía de una prosa, no es el retruécano, ni el oxímoron, ni la palabra vana: la poesía es la respiración pausada de un hombre.
Los recursos estilísticos son demasiadas veces las piruetas del escritor que quisiera saltar con red, pero cae indefectiblemente en el vacío.
La respiración de César González-Ruano se siente en el papel de sus últimos diarios, cuando se acerca a la muerte y ni siquiera lo sabe -él, que tanto la presentía en las dolencias de imprecisa naturaleza que le perseguían ya desde la primera página, y uno cree que antes.
Al final, te da una pena terrible que se muera este hombre, porque ya te habías encariñado con él, hasta le aguantabas, como a un amigo, su prurito aristocratizante, tan ridículo como su bigotito, y sus arbitrariedades ideológicas, que eran las de uno de los prosistas menos proselitistas de la Falange.
De él se ha llegado a decir que en el París ocupado se dedicó a desvalijar y hasta a asesinar a judíos que huían de los nazis. Uno tiene tantas razones para negarlo como otros las tienen para acusarlo, excepto una más: Ruano era un escritor, no un aventurero. Cualquiera que entienda de qué va esto de ensartar palabras sabe que matar de pensamiento es lo contrario a matar de obra, y una cosa suele excluir a la otra. Asesinos ha habido que se convirtieron en escritores (de un solo buen libro, normalmente). Pero escritores de pies a cabeza y de la primera cartilla de caligrafía hasta la última nota de su diario, como era Ruano, que luego se hayan transformado en estafadores y asesinos a tiempo parcial, para pasar el rato y completar ingresos, no se conoce uno.
Especulaciones aparte, lo que queda es la obra, en este caso el decurso de un logos que trascurre sin aspavientos, sin amaneramientos, sin pretensiones, pero que, cuando se aplica un poco, deslumbra, aunque no está en su idiosincrasia, por más que en la vida se disfrazase de guapo, de aristócrata, de marchito señorito de bigotito.
El Diario íntimo, de César González-Ruano, es el testimonio de un hombre que respira en el fondo del infierno que es la soledad de una identidad auténtica, de un alguien que se sabe nadie y se retrata como disimulando, para aquellos que sepan leer entre líneas.