El poeta David González nos habla en esta entrevista de diversos aspectos de su poesía de no-ficción: desde el pacto autobiográfico de Philippe Lejeune a la poesía realista, pasando por el realismo sucio y otras hierbas de la poesía española contemporánea. Esta entrevista tuvo lugar en Gijón, el 06/ Abril/ 2007 y fue publicada por la revista electrónica QUÉonline.
David González (San Andrés de los Tacones, España, 1964) empezó a escribir en la cárcel, cuando cumplía condena por atraco a mano armada. Desde su liberación, ha publicado 16 libros de poesía, entre los que destacan “El demonio te coma las orejas”, “El amor ya no es contemporáneo” y “Reza lo que sepas”.
Es un hombre alto, delgado, puntual, extremadamente sincero.

– ¿Por qué escribes poemas con experiencias extraídas de la realidad?
– Yo respeto escrupulosamente el pacto autobiográfico que definía Philippe Lejeune, por el cual el escritor se compromete a contarle al lector la verdad y nada más que la verdad. Se trata de darle a lo documental un valor poético, de lo contrario sería una mera anécdota. Si lo consigues, con el paso de los años el poema ganará un valor histórico. A mí me clasificaron como realista sucio por la temática que empleo, por ciertas jergas que utilizo y, temáticamente, tengo cosas que ver con el realismo sucio, pero lo mío es poesía de no-ficción, que no es lo mismo que poesía realista.
– ¿Tiene la verdad un valor estético?
– El problema está en saber qué es la belleza. Y la única belleza que no cambia ni cambiará nunca es la verdad, la belleza de la verdad. El tiempo es un filtro perfecto para destilar y ver qué experiencias merecen ser contadas y, de las que merecen ser contadas, qué detalles hay que contar, porque yo creo que en los detalles es donde está la verdad. Ahí entra el trabajo del poeta, en profundizar más.
– ¿Y cómo profundiza el poeta David González?
– Yo procuro ir al grano, quitar toda la paja posible, amontonarla y prenderle fuego. Lo vas consiguiendo a base de lecturas de todo tipo. Mucha gente basa sus poemas en ciertos versos con unas imágenes poderosas. Yo no. Mi poema es como un edificio. El edificio, en este caso, empezaría a construirse por el tejado y acabaría por el portal. O sea, el cierre final es como el portal de un edificio que ilumina lo que hay dentro.
– ¿Y por qué das tanta importancia a no ficcionar?
– Porque, a pesar de que vivimos en un mundo de ficción cultural, cuando salimos a la calle salimos con nuestro cuerpo físico, lo sometemos a una realidad, y yo soy partidario de conocer esa realidad y convertirla en poesía. La ficción, incluso la buena ficción, lo único que ha traído a este mundo es dejarlo como está. Yo mismo estuve en la cárcel creyéndome que era el Torete y que podía ir por ahí pegando palos y robando coches. Hasta que luego te das cuenta de que en las películas pasas de la libertad a la cárcel, vuelves a salir y eres millonario, todo en dos horas, pero en la realidad no. La realidad en la cárcel es que tres años son tres años, no son dos horas. La ficción tiende a suavizar las asperezas de la realidad. Y esto lo causa sobre todo la mala ficción. Pongo el ejemplo de Corín Tellado. Se considera que sus novelitas de amor ayudaban a la gente durante el franquismo, ¿no? Yo lo que creo es que engañaban, sobre todo a las mujeres, que eran las que leían sus novelas, porque esas mujeres estaban esperando al puto Príncipe Azul y, claro, luego se encontraban con un gañán que les metía unas hostias, las insultaba, las tenía como unas putas esclavas. Entonces yo creo que era mejor que Corín Tellado hubiera escrito sobre qué puede esperarles a las mujeres con ciertos hombres o cuáles pueden ser algunas de las posibilidades que se van a encontrar.
– ¿Tiene entonces la poesía una misión edificante?
– Claro, por supuesto, tío.
– ¿Ha de buscarse conscientemente?
– No. El poeta busca conscientemente construir bien el poema. Su catadura moral, el grado de su sinceridad y su verdad, todo eso se refleja inconscientemente en el poema. Y claro que resulta edificante mostrar lo que la gente no ve o no quiere ver. Pero siempre con arte, con calidad artística. Porque si no sería una anécdota, o moralina, o un consejo. Y un poeta nunca puede dar consejos moralizantes. Su moral es el propio poema. Y es edificante porque la verdad siempre es edificante. A mí me ha dicho gente que estuvo en hospitales a punto de palmarla y les llegó un libro mío, que se lo trajo un familiar: “Gracias a tu libro saqué fuerzas para enfrentarme a todo esto y conseguí salir del hospital vivo”. O sea, que fíjate si es edificante la poesía, y estoy hablando de la mía, que es desconocida. Imagínate la poesía de gente como Bertolt Brecht o Carver. Yo leí a Bukowsky en la cárcel y decía “si este puto borracho es capaz de escribir una novela como Factotum, yo voy a salir de aquí vivo por cojones, tío, porque me considero más joven, más guapo, aunque sólo sea eso, que un tipo que tiene 70 años y ha pasado por todo esto”, ¿no? Y todo eso me dio fuerzas en la cárcel, y me dio fuerzas leer Papillon, aunque ya lo había leído con 12 años, pero si Papillon pudo sobrevivir a un presidio de aquella época, ¿cómo no voy a sobrevivir yo a una escuela como son las cárceles de ahora, tío? Entonces la buena literatura, creo yo -no estoy diciendo que la mía lo sea, eso lo dirá el tiempo-, te ayuda a fortalecer tu espíritu, a enfrentarte a la vida diciendo no soy el único que está haciendo esto, no soy el único que no me rindo, hay otra gente.
– Y, cuando llegue el momento de morir, ¿servirá de algo la poesía de no-ficción?
– Cuando palme, vaya putada… Yo tengo mucho miedo a la muerte… Yo prefiero morirme de una enfermedad larga y dolorosa, un cáncer, por ejemplo, porque me da tiempo a varias cosas: primero, a poner en orden mis papelajos, y mis legajos, y toda esa mierda; segundo, despedirme de la gente a la que quiero, y que la gente que me quiere hasta incluso desee mi muerte por no verme en las condiciones en las que me encuentro; y porque me dará tiempo, si no puedo escribir, a dictar mis experiencias… moribundas. Eso es muy importante. Si me muero de un infarto no me da tiempo a despedirme, ni a escribir nada, ni a poner nada en orden, ni a hacer nada de nada. Pero con una enfermedad puedes escribir tus experiencias y esas impresiones pueden servir de algo a alguien que esté pasando por la misma situación que tú.
– O sea, que irías cronicando poéticamente tu subida al cadalso.
– Sí, es lo que haría. Pero le tengo pánico a la muerte. No hay Más Allá ni hay nada, tío, todo eso es un puto invento. Me gustaría que hubiera algo, por supuesto, aunque fuera todavía mucho peor que esto, aunque pasara de este mundo a otro en el que tuviera que sacar diamantes en Sudáfrica.
– ¿La vida, aunque sea en las peores condiciones?
– Sí, pero con un poco de salud. Un muerto no oye nada, ahí estás en una caja, o quemado, y se acabó el tema, colega. Ojalá me equivoque, que haya Dios, pero viendo cómo se construyó el cristianismo y viendo luego cómo actúan los representantes de Dios en la tierra… El Papa Juan Pablo II ¿quería morirse? Se aferraba a la vida, me cago en Dios, hasta el último instante. Si tú estás seguro de que hay un Dios y encima tú eres Su representante en la tierra, ¿qué prefieres, estar sufriendo o irte allá con Él a ponerte a Su derecha como Jesús? Los detalles, tío, la verdad está en los detalles, en el anillo gordo que lleva el Papa este de los cojones, ahí, en eso se hay que fijar, en eso…
– Si no hay Más Allá, ¿trabajas entonces contra el olvido?
– Yo trabajo porque adoro la poesía.
Antes de separarnos, David González saca un papelito del bolsillo y lee una frase de Varlam Shalamov: “La poesía es un sacrificio, no una conquista”.